martes, 2 de octubre de 2007


Eva fumaba un cigarrillo junto a la ventana, la mirada perdida en el horizonte y la imaginación seguramente vagando aún más lejos que donde su mirada acertara a llegar. Cuando se colocó tras ella intentando hacer confluir su mirada con la de Eva, ésta apenas apreció la presencia de Mario. Un leve movimiento hacia atrás de sus caderas, detenidas por las caderas de Mario, y unos cuantos ciclos respiratorios de éste, que se fueron haciendo curiosamente más cortos y más profundos a medida que ese movimiento se repetía, sirvieron para que Eva desviara su mirada del horizonte, que no su pensamiento, se diese la vuelta, y comenzase a besar a Mario en los labios mientras sus manos descendían desde la línea paralela que unía sus omóplatos hasta la perpendicular que llegaba a su coxis, haciendo ceder su pantalón hasta dejarlo caer al suelo en el momento justo en el que Mario levantaba ahora un pie y luego el otro para desprenderse completamente de aquella segunda piel que lo separaba de Eva, que ya se había deshecho de su albornoz y se había convertido en Eva completamente pura Eva sin más Eva que giraba de nuevo y apoyaba sus manos al cristal de la ventana, el torso hacia delante y movía, ahora lentamente ahora más rápido, su cuerpo hacia donde otro cuerpo lo esperaba, repitiendo en negativo sus movimientos o dejándose llevar por ellos en un fluir inevitable como el de los ríos o el del aire, como esa respiración conjunta que se iba agitando, acompañada de susurros o discretas exclamaciones de complacencia y de aceptación que precedían a ese último exhalar del uno y muy seguido del otro, que ya se iban fundiendo en un abrazo que tenía algo de lenta despedida después de ese encuentro a media tarde y bajo la atenta mirada de algún que otro vecino que, ahora, desde el anonimato de su hogar, deseaba a Eva tal como Eva merecía ser deseada.

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