lunes, 22 de octubre de 2007

Iba Mario descubriendo (en el sentido más íntimo de la palabra descubrir) la historia de Las memorias de Adriano, de Marguertitte Yourcenar ahora en la traducción española, más tarde en el original francés, demorándose escrupulosamente en ciertos párrafos especialmente queridos en la lectura en ambas lenguas y cuando quiera que la hipnótica lectura le permitía individualizarse un solo momento del texto, que ya se le iba haciendo propio, no hallaba sino un alejamiento expreso e infinito de toda forma de convencionalidad. Exactamente podría decir no que solamente encontrase este alejamiento (buscado sin duda por la autora e interpretado con absoluta probidad por el traductor) y no otras cosas, sino que ese espíritu aconvencional flotaba por encima de las ideas y de la historia en una dimensión superior a ésta.
Las palabras de Adriano, aún infinitamente utilizadas con anterioridad, parecen absolutamente nuevas, y la lógica de su razonamiento y la claridad en la exposición de sus ideas parecen referirse a algo preestablecido y oculto que siempre ha estado ahí a la manera platónica pero al que solo nos acercamos a veces tanteando entre las sombras.
Adriano y Eva cumplen papeles paralelos a este orden supradimensional. Si a Adriano le rige el Logos, a Eva le rige la Intuición, de manera tal que en su aparente desorden siempre surge en ella la idea más original. Sin percatarse de ello, a cada paso se encuentra en ese lado mágico que parece sobrevolarnos y que no encontraríamos por ningún lado sin su ayuda desadvertida. Sin atender a ninguna lógica, Eva desarrolla su vida dando igual importancia al trino de un pájaro en una rama que a la filosofía de Berkley, y en ello radica lo maravilloso de su naturaleza y lo extraordinario de sus actos. Ahora logro explicarme, tal vez, la extrañada mirada con que me sorprendo observándola a veces, actuando más allá de lo racional, entregada a las primeras leyes de un Dios que desconocemos, y sólo quizás pueda contestarle con estos razonamientos cuando me pregunta que por qué la miro como si acabase de aparecer un unicornio. Aunque sin duda no lo entendería porque, como todo el mundo sabe, un unicornio no puede alcanzar a comprender su propia esencia

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